8 de abril de 2014

Consejo no. 3

Estando en casa de Ana, preparándonos para la demostración de comida maya que daríamos a ciertos chefs e invitados, el suegro cuyo nombre no me aprendí se apareció con lo que parecían hojas de árbol secas. Explicó que hubo hace unos cien años una plaga de langosta que acabó con muchos de los recursos que usaban y que se vieron en la necesidad de aprender nuevos métodos, adaptarse a esa carencia y junto con ello, renovar sus herramientas.

El monte provee, 

dice, y explica que lo que trae no son hojas sino corteza del árbol de la amapola, que cortó y dejó secar. Entonces, ya sentado, toma una de las tiras de corteza seca, la divide en dos por la mitad, hace rollito uno de los lados, hace rollito el otro lado y, después, hace rollito las dos tiras, esta vez para atrás. El método es más facil de entender si se ve, sin embargo es eso. Continuó haciéndolo mientras platicaba y, al cabo de un ratito, tenía ya un pedazo de cuerda trenzada. Esto lo saqué de la milpa, cuenta, y explica que cuando no existía el plástico era así como se hacían las cuerdas. Es muy resistente y, de nuevo, para hacerla basta con un machete y un poco de corteza de un árbol.

De la corteza del árbol de la amapola se puede hacer cuerda.

Termina diciendo que a los ancianos no se les debería de meter en el DIF, que quienes lo hacen con sus parientes es por sinvergüenzas y que mejor sería meterles un plomazo (al anciano). Que él lo agradecería más, dice. Los campesinos tenemos mucha energía y queremos trabajar. Y que nos escuchen, hay muchas cosas que los ancianos sabemos y que las generaciones más jóvenes deberían de ser capaces de aprender, pero no se interesan.
Lo de siempre. Pero el tip ahí está.

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